Cuando iba a trabajar

El reloj marca las 12.15, para llegar puntual tengo que salir ya mismo, pero siempre surge algo más que hacer: preparar algo rico para el almuerzo, mirar los últimos minutos de friends, contarle a mi papá las últimas novedades, jugar con la perra. Una vez que venzo todos los obstáculos, armo mi cartera: chequeo las monedas disponibles, pongo la comida en una bolsa por si se abre el Tupper, y si tengo suerte me llevo un rico postre, mandarina o banana, cargo la botellita de agua, y a la aventura. Salgo por el garage, no tengo las llaves de la puerta principal, tal vez porque las perdí miles de veces. Abro el portón y me fijo que Lola no se escape. Me pongo los auriculares del celular y sintonizo la 95.1. Empiezo a caminar por Alberdi, hago las primeras dos cuadras por esa calle, siempre. Después, voy cambiando, de acuerdo al sol, al transito y a mi estado de animo. A veces me río de lo que escucho, a veces bailo con la música que suena, pero siempre estoy muy atenta al paisaje, son casas hermosas, llenas de flores, o casas muy viejitas que me imagino cómo arreglaría. Después de veinte minutos llego a la Panamericana, cruzo el túnel, me cruzo con un grupo de chicos de la calle que hacen malabares en el semáforo mientras su mamá los mira, quien yo pienso es su mamá, y subo la cuesta hasta la parada del 71. Nunca espero más de 10 minutos. Cuando entro al colectivo, saludo al chofer y le pido por favor un boleto de 1, 25 (precio que me pesa por la cantidad de monedas que tengo que juntar a diario para poder comprarlo). En cuanto encuentro asiento, apago la radio y abro el libro que me acompañe ese día, y así viajo doblemente. A los 30 minutos ya llegué a mi destino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel